martes, 19 de julio de 2011

"SONETO DE LA ESPERA", Amílcar Blanco


Esperarte sin fin es mi destino,
sin saber si vendrás, ni si tu paso
te llevará al abrigo de mi abrazo
o quedará por siempre en el camino.

La espera es el azar de nuestro sino
y tendrá consistencia de fracaso
si no llegaras nunca. Será el lazo
suicida de mi espera. El desatino

de haberme esperanzado, el embarazo
de haber soñado, yugular, supino
amarte sobre un lecho azul, de raso,

y que tu cuerpo, sobre malva y lino,
dejó su frente arder sobre mi brazo
y nuestro amor fue espiga de molino.

(Amílcar Blanco)

Pintura: "Amapolas", Patrice Marechal

domingo, 17 de julio de 2011

A LA CATRINA O A LA ÚLTIMA TARDE


Ella estaba allí,
en esa alameda,
rodeada de hombres,
mujeres y niños.
Tarde de domingo,
ella me miraba
como sólo mira 
el sediento al vino.
Tarde de domingo,
esa última tarde
que pasé contigo.

(Mayte Dalianegra)

Pintura: detalle de “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” (1948), Diego Rivera. Museo Mural o Pabellón Diego Rivera en la Alameda Central. México D. F.

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 Nota: “La Catrina” es un personaje, ya mítico, creado por el ilustrador decimonónico mexicano José Guadalupe Posada, denominado originalmente como “Calavera garbancera”, en alusión al término “garbancero”, utilizado para designar a los indígenas y mestizos mexicanos que renegaban de sus orígenes para aparentar ser descendientes de europeos. Fue creada como caricatura de la clase social alta del México prerrevolucionario, pero también como una sátira a aquellos que, sin tener nada, querían aparentarlo todo, motivo por el cual se la representaba ataviada con sombrero de plumas, pero desnuda, como su propio autor la describe: "...en los huesos, pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz".

Tiempo más tarde, el genial muralista mexicano Diego Rivera, admirador incondicional y, en cierto modo, heredero de José Guadalupe Posada, quiso rendir al mismo un homenaje, incluyendo, como motivo central, al personaje de la Calavera garbancera en el enorme mural, (15 metros de longitud),  que pintara, en 1948, para el comedor del Hotel el Prado.

En dicho mural, Diego Rivera intentaba representar la azarosa historia de México desde su conquista hasta los inicios del siglo XX, incluyendo a Hernán Cortés y a tres de sus más destacados mandatarios: Benito Juárez, Porfirio Díaz y Francisco Madero. Él mismo se representaba como adolescente al lado de su segunda esposa, la afamada pintora Frida Kahlo, ambos flanqueando a la “Calavera garbancera”, que el mismo Diego bautizó como “la Catrina”, pasando a ser éste un ser mítico, entroncado con las tradiciones nahuas del culto a los muertos y al inframundo y siendo la representación de la propia muerte, muy venerada el 2 de noviembre, día de difuntos, donde una nueva tradición establece que la Catrina visita, uno por uno, todos los cementerios y comparte ofrendas y alimentos con los muertos y sus familiares.

En 1985 el Hotel el Prado sufrió graves daños a consecuencia del gran terremoto que asoló el Distrito Federal, y un año más tarde, en 1986, se creó el Museo Mural Diego Rivera, un pabellón creado para albergar tan extenso mural en medio de la Alameda Central, el lugar donde el pintor había situado la escena del fresco, un hermoso parque del siglo XIX que se ubica en el centro histórico del D. F. al término del Paseo de la Reforma y a escasos metros de la célebre Plaza del Zócalo. 

Yo misma pude ver el mural in situ, en el año 2008, y su huella ha inspirado este humilde pero emotivo poema, homenaje a José Guadalupe Posada, a mi muy admirado Diego Rivera y al entrañable, (quizá porque la muerte para los mexicanos, dada su influencia indígena, se tiña de esperanza, casi de júbilo  y no de pesimismo), personaje de la Catrina.

Pintura: “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” (1948), Diego Rivera. Museo Mural o Pabellón Diego Rivera en la Alameda Central. México D. F.

viernes, 15 de julio de 2011

RAÍLES DIVERGENTES


Él, maquinista de un viejo tren
alimentado por lumbre,
maniobra entre raíles
las trabas de un futuro
labrado con desmanes.
No tiemblan ya sus manos
cuando enarbola en ellas
la enseña del engaño,
ni los labios tremolan
con el fluir viscoso de falacias y ardides.

Ella, anónima pasajera
del vagón de cola,
un último vagón
carente de destino y nombre,
se monta y apea sin voluntad propia,
acaso el albedrío apropiado
por voluntad ajena.

Acelerados, corren los chopos
en carrera veloz,
y los abedules, robles y hayas,
todos, salvo aquellos álamos, que aguantan,
impertérritos, hasta que el tren pasa.

Y llegan los túneles,
los de madrugadas feroces
tintadas de ansias,
oscuros boquetes apostados
en la encrucijada.

Laxo aún espera el cambio de vías
en una alborada que apremia los tiempos,
hostiga los ritmos y oxida anaqueles,
y llegan los trueques,
de espacios y edades,
y sus dos caminos se ven separados
por una distancia,
obstáculo insalvable de ángulo obtuso.

(Mayte Dalianegra)

Pintura: “Tren en la nieve, la locomotora” (1875), Claude Monet. Musée Marmottan, París
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"SÓLO LAS AMAPOLAS", Amílcar Blanco


Roja como amapola crece el ansia
de mi sangre encendida al esperarte
y en pétalos de fuego el viento parte
preñado de una cálida fragancia.

Un aire marinero, una flagrancia
de sol y sal destruye al apartarte
un horizonte exento de estandarte.
Las amapolas dan tu resonancia.

Sólo las amapolas, pasionarias
del amor compungido de distancias
imposibles de andar y refractarias.

Y esos pétalos tiernos, sin ganancias,
vibrantes como labios puros; parias,
sólo besos al viento y arrogancias.

(Amílcar Luis Blanco)

Pintura: "Campo de amapolas", 1890, Vincent van Gogh, Gemeentemuseum Den Haag Collection, La Haya, Países Bajos

viernes, 8 de julio de 2011

TU PERMANENCIA


Soy tu permanencia,
el relleno de ese sofá donde te acomodas,
la calada de humo de tu cigarro,
el sorbo azucarado de ese café que despeja tu mente
mientras tus pasiones te adormecen,
indolente ante ellas,
dejándote llevar, arrastrar por ese cauce sinuoso
de río que vierte a un mar de aguas procelosas.

Soy de ti tu calma y también tu furia,
y amo lo que ven tus ojos
y lo que dejan de ver
hundidos en la distancia.

Y así permanezco, inamovible, disfrazada de piedra
o de marisma salvaje,
tal vez de crisálida a punto de reventar el capullo
y escindirlo en mil pedazos
para salir de él airosa, glamurosa incluso,
ya no como horripilante oruga,
sino como multicolor mariposa
que se mimetiza con un ámbito que no es el suyo,
como un menesteroso camaleón falto de valor
para admitir su deuda con la verdad,
para aceptar la ignominia de ser sólo una sombra,
permanente sombra de tu figura,
pues allá adonde vas soy la sombra de tus tobillos,
de tu cintura, de tu cuello.
Soy tu permanencia y adonde tú vas, yo voy.

(Mayte Dalianegra)

Pintura: "Block island harbor" ("Bloque del puerto de la isla"), Daniel Pollera

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martes, 5 de julio de 2011

BOTELLA VACÍA


Sin ti
era una botella vacía
que solo conservaba
el rastro de su contenido.

Sin ti
el porvenir
era el flujo oscuro
que manaba del cadalso
que exterminaba los pájaros
y custodiaba los silencios.

Aterida, desmembrada,
dormías en la fosa
donde mi impericia
te había sepultado.

Pero el paso fortuito
de una luciérnaga
alumbró la noche
con su reluciente pólvora,

despertándote
y liberando
el vuelo tumultuoso de los verbos.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura: "Field of gold" (Campo de oro), Steve Smulka

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viernes, 1 de julio de 2011

TODOS Y CADA UNO DE MIS DÍAS


Todos y cada uno de mis días
quisiera abrazarte como abraza la hiedra a una ceiba sagrada,
y beber de tu savia el tiempo antiguo
donde el hombre y la quimera se fundieron.

Todos y cada uno de mis días
quisiera despertar al nacimiento de la noche,
y ante el fragor de un mar rompiendo en el abismo,
pronunciar tu nombre con un eco infinito.

Todos y cada uno de mis días
quisiera ser fiel al claro pigmento de tus iris,
y ampararme en el ardor de tu boca,
y en el cuero de tus palmas encontrarme.

Todos y cada uno de mis días
quisiera ser tuya; de tu pecho, su sierva,
y de tu orgullo, su dueña.

(Mayte Dalianegra)

Pintura: “Vague et la perle” (“La ola y la perla”), 1862, Paul Jacques Aimé Baudry. Museo del Prado, Madrid
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