sábado, 24 de marzo de 2012

ÁFRICA


África me espera
con la promesa de las dunas
—onduladas como gibas de camello—
de sus infinitos desiertos dorados;
con la promesa de las selvas frondosas
y las sabanas enseñoreadas
por feroces felinos 
de regia melena.

África me habla
con barrito de elefante 
de bastión marfileño,
con el bostezo indolente
del hipopótamo orondo e irritable,
y el grito guerrero proferido por labios
de voluptuoso grosor.

África me canta
a ritmo de acholis, nubas y masais,
de hereros, himbas y watusis,
de zulúes, bantúes, bosquimanos,
bakongos y pigmeos,
y me baila en la cadera y en el vientre
con danza beduina, bereber y tuareg.

África me llora
en la azucena de una infancia famélica
de vientre hinchado,
cubierta de harapos, de polvo y de moscas,
de miseria, de orfandad,
de duelo adherido a los poros
de una piel que pagó
su color al más alto de los precios.

Pero África también me sonríe
con la boca ancha de esperanzas,
enarbolando una bandera verde,
verde como un latido primario y luminoso,
verde aun cuando las esmeraldas
hayan dejado de ser relumbrantes estrellas
concebidas en el útero fértil 
de la tierra,
y sus aristas muestren el filo,
y su verdor se haya trocado sanguíneo.

Sanguíneos, también, el oro y los diamantes,
que refulgen espléndidos
en manos blancas,
blancas palomas cuyos picos no portan
ramas de olivo, palomas que solo traen
guerra y olvido.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura: “Una belleza de Tánger”, Josep Tapiró i Baró (1836-1913)

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